Osvaldo Piro
AZULNOCHE
Cuando las doctrinas esotéricas plantean -entre otros tópicos- el significado oculto de los colores a la filosofía del conocimiento Superior, se abre una gran ventana para la revelación del misterio de la personalidad y del micro universo que la humana criatura representa.
Aquello que revela al que mira los cielos, la armonía de las constelaciones, en remotos sistemas que, alguna vez, han de acceder al talento, la disciplina y el ensueño del Hombre.
Hablábamos de ésta, pero también del “idioma lunfardo” y del “tango”, con quien aparecía en la noche neblinosa de Buenas Aires, como un inquieto hurgador de la verdad del arte, desde la titilante estrella del cigarrillo rubio, con la melena revuelta y una mirada parda, reflexiva, detrás de las pestañas preocupadas y un poco a contramano del perfil apolíneo y cineasta de su dueño.
Osvaldo Piro, con mucho más solera que sus treinta años crecidos hace poco sobre la nueva edad de Buenos Aires, estaba revelando, en cambio, la antigua madurez del arte musical llegado por conductos que podrían parecer inverosímiles, hasta aquel bandoneón, pensativo también, como el artista.
Y el Bar, desierto, de la calle Corrientes, sobre un trozo de “ghetto” israelí, té con limón en vasos y parroquianos rubios que pensaban en “iddish”, tenía el universalismo de otro lugar igual, en Palestina, tal vez Jerusalem, a la lejana noche de un “vistreaux” de París, o aquella tumultosa cervecería de Munich, o el fondín tropical, en Maracaibo.
Pero, esto era otra cosa. Con este Osvaldo Piro interrogante, serio, auscultador. Y, entonces, para quienes sospechan que el tango tiene la inconsistencia un poco sublimada de lo empírico, también analfabético, podría señalarse que esta ecuación humana llamada Osvaldo Piro analizaba a Juan Sebastián Bach y al modernismo inconcebible y gigantesco que sigue revelando en sus “Partitas”, a la técnica fundamentalmente expresiva de Mauricio Ravel, al politonalisma, al sistema de los “cuartos de tono”, a Schomberg y a Sibelius, a Ottarino Respighi. A Villalobos.
Pero. . . por ahí, Canaro. . . Y por qué no? Y por aquí: Pichuco, Astar Piazzolla, Rovira, Julián Plaza. . . Y más allá su amigo duende, apadrinando su impulso creador y avivando su terquedad en encontrar la senda de su propia expresión y de su estilo: inolvidable Alfredo. . . Alfredo Gobbi.
Pero. . . no “intelectual” en ese gongorismo de la pacatería musical y tecnicista, sino, en la conquista de un medio de expresión de lo que siente como propio; de la ciudad, el tiempo que le toca vivir, y en paralela tesitura de pintor o escultor, que ambas cosas coinciden en alguien como él, nacido para el Arte.
Claramente. . .? Un artista. O sea: un OSVALDO PIRO que busca realizarse en su propia paleta de sonidos y también de palabras. Porque en el mundo nuestro, con un argentinismo que también empieza a dejar de ser declamatorio, el TANGO es una forma de trascendencia viva, paralelo a un lenguaje que empieza a ser el nuestro, que ya no se avergüenza, sino que abre las puertas a una gran plenitud de expresión nacional, vecina a Federico García Lorca, a José Hernández, como a don Manuel de Falla o al valenciano Joaquín Rodrigo, cuando “El Concierto de Aranjuez”, por ejemplo, empieza a reconocer su parentesco con obras populares diminutas en tiempo, pero con la profundidad creacional de “La Bordona”, de “Milonga triste”, de “Adios Nonino”, o de “El puente”, presencias respetables que -un momento. . .!- ya están incorporóndose a un prontuario rioplatense antológico, dentro del mejor arte y con las vigorosas aristas de su vivencia real y permanente.
Y allí, barajando sus naipes, una página virgen de su debut formal como compositor, en cuyo denunciado nombre de “AZULNOCHE” se bautiza este disco, porque caben allí preocupaciones estéticas, capaces de enfrentar a quienes niegan que el tango puede ser un gran arte.
Y que a veces —como ahora— lo es.
En este LARGA DURÁCION, Osvaldo Piro se constituye en intérprete y recreador de páginas prestigiosas, desde el otro azul noche de su lirismo muchacho, fervorosamente juvenil, que quiere trasponer las vallas de algún lugar común musical, inevitable.
Y este arte popular, reflexivo —acaso torturado—, de un triunfador en plena gestación, tiene conmutación con quienes se han integrado al clan del idealismo: sus músicos. Sus amigos artistas
Que están en el azul de alguna inmensidad que cabe en un café, está en un cigarrillo, se afirma en un acorde inesperado, en la angustia, el interés, el amor, con que todos registran su emoción y se hacen -sin quererlo- eternidad.
Reflexiono. Azulnoche. .
Que podría llamarse: Azul muchacho, Azul Osvaldo Piro.
Da lo mismo.
CATULO CASTILLO
Osvaldo Piro
AZULNOCHEAquello que revela al que mira los cielos, la armonía de las constelaciones, en remotos sistemas que, alguna vez, han de acceder al talento, la disciplina y el ensueño del Hombre.
Hablábamos de ésta, pero también del “idioma lunfardo” y del “tango”, con quien aparecía en la noche neblinosa de Buenas Aires, como un inquieto hurgador de la verdad del arte, desde la titilante estrella del cigarrillo rubio, con la melena revuelta y una mirada parda, reflexiva, detrás de las pestañas preocupadas y un poco a contramano del perfil apolíneo y cineasta de su dueño.
Osvaldo Piro, con mucho más solera que sus treinta años crecidos hace poco sobre la nueva edad de Buenos Aires, estaba revelando, en cambio, la antigua madurez del arte musical llegado por conductos que podrían parecer inverosímiles, hasta aquel bandoneón, pensativo también, como el artista.
Y el Bar, desierto, de la calle Corrientes, sobre un trozo de “ghetto” israelí, té con limón en vasos y parroquianos rubios que pensaban en “iddish”, tenía el universalismo de otro lugar igual, en Palestina, tal vez Jerusalem, a la lejana noche de un “vistreaux” de París, o aquella tumultosa cervecería de Munich, o el fondín tropical, en Maracaibo.
Pero, esto era otra cosa. Con este Osvaldo Piro interrogante, serio, auscultador. Y, entonces, para quienes sospechan que el tango tiene la inconsistencia un poco sublimada de lo empírico, también analfabético, podría señalarse que esta ecuación humana llamada Osvaldo Piro analizaba a Juan Sebastián Bach y al modernismo inconcebible y gigantesco que sigue revelando en sus “Partitas”, a la técnica fundamentalmente expresiva de Mauricio Ravel, al politonalisma, al sistema de los “cuartos de tono”, a Schomberg y a Sibelius, a Ottarino Respighi. A Villalobos.
Pero. . . por ahí, Canaro. . . Y por qué no? Y por aquí: Pichuco, Astar Piazzolla, Rovira, Julián Plaza. . . Y más allá su amigo duende, apadrinando su impulso creador y avivando su terquedad en encontrar la senda de su propia expresión y de su estilo: inolvidable Alfredo. . . Alfredo Gobbi.
Pero. . . no “intelectual” en ese gongorismo de la pacatería musical y tecnicista, sino, en la conquista de un medio de expresión de lo que siente como propio; de la ciudad, el tiempo que le toca vivir, y en paralela tesitura de pintor o escultor, que ambas cosas coinciden en alguien como él, nacido para el Arte.
Claramente. . .? Un artista. O sea: un OSVALDO PIRO que busca realizarse en su propia paleta de sonidos y también de palabras. Porque en el mundo nuestro, con un argentinismo que también empieza a dejar de ser declamatorio, el TANGO es una forma de trascendencia viva, paralelo a un lenguaje que empieza a ser el nuestro, que ya no se avergüenza, sino que abre las puertas a una gran plenitud de expresión nacional, vecina a Federico García Lorca, a José Hernández, como a don Manuel de Falla o al valenciano Joaquín Rodrigo, cuando “El Concierto de Aranjuez”, por ejemplo, empieza a reconocer su parentesco con obras populares diminutas en tiempo, pero con la profundidad creacional de “La Bordona”, de “Milonga triste”, de “Adios Nonino”, o de “El puente”, presencias respetables que -un momento. . .!- ya están incorporóndose a un prontuario rioplatense antológico, dentro del mejor arte y con las vigorosas aristas de su vivencia real y permanente.
Y allí, barajando sus naipes, una página virgen de su debut formal como compositor, en cuyo denunciado nombre de “AZULNOCHE” se bautiza este disco, porque caben allí preocupaciones estéticas, capaces de enfrentar a quienes niegan que el tango puede ser un gran arte.
Y que a veces —como ahora— lo es.
En este LARGA DURÁCION, Osvaldo Piro se constituye en intérprete y recreador de páginas prestigiosas, desde el otro azul noche de su lirismo muchacho, fervorosamente juvenil, que quiere trasponer las vallas de algún lugar común musical, inevitable.
Y este arte popular, reflexivo —acaso torturado—, de un triunfador en plena gestación, tiene conmutación con quienes se han integrado al clan del idealismo: sus músicos. Sus amigos artistas
Que están en el azul de alguna inmensidad que cabe en un café, está en un cigarrillo, se afirma en un acorde inesperado, en la angustia, el interés, el amor, con que todos registran su emoción y se hacen -sin quererlo- eternidad.
Reflexiono. Azulnoche. .
Que podría llamarse: Azul muchacho, Azul Osvaldo Piro.
Da lo mismo.
CATULO CASTILLO
Osvaldo Piro
Philips 82225
01.AZULNOCHE (Osvaldo Piro), tango
02. EL PUENTE (Armando Pontier - Federico Silva), tango (*)
03. ESTÁS EN MI CORAZON (Antonio Blanco - Julio Camilloni), tango (**)
04. ADIOS NONINO (Astor Piazzolla), tango
05. DUERME MI AMOR (Hubert Giraud - Pierre Delanoë - Alberto L. Martínez), tango (*)
06. ANOCHE (Armando Pontier - Cátulo Castillo), tango (**)
07. BUENOS AIRES - TOKYO (Julián Plaza), tango
08. MILONGA TRISTE (Sebastián Piana - Homero Manzi) (*)
09. A MI NO ME HABLEN DE TANGO (Juan José Paz - José María Cantursi), tango (**)
10. LA BORDONA (Emilio Balcarce), tango
11. REGALO DE REYES (Francisco Mamone - Reinaldo Yiso), tango (*)
12. DOMINGUERA (Julián Plaza), milonga
(*) Canta Carlos Casado
(**) Canta Alberto Hidalgo
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