domingo, 28 de junio de 2020

Aníbal Troilo - Bandoneón Mayor de Buenos Aires Vol. 2



Aníbal Troilo
Bandoneón Mayor de Buenos Aires Vol. 2


Hace ya algunos años uno escribió que en la casa que Discepolín tenía en La Lucila, una noche lo apartó a Pichuco del grupo familiar y de amigos y con toda solemnidad de que era capaz le preguntó:
-¿Vos sabés donde estás ubicado?
Pichuco no entendió.
-¿Sabés lo que representás en el tango, todo lo que valés?..
-Bueno... Más o menos
-¿Y sabes lo que tienes que hacer ahora?
-No...
-¡Nada! No hagas nada más, que ya lo hiciste todo...
Es que Discepolín temía que Pichuco pudiese tomar, sin advertirlo, por un atajo del brillante camino que había transitado hasta entonces, que se desvíase de su rumbo orientado hacia el corazón mismo del sentimiento popular.
Pero en Aníbal Troilo, además del compositor de "Sur", Barrio de tango", " a que bailen los muchachos" y los demás títulos que integran su singular aporte al acervo musical de la ciudad, coexisten otras dos individualidades que han contribuido a crearle, ya en vida, una proyección mitológica: el ejecutante de bandoneón y el hombre cercano, palpitante y abundoso de humanidad. Porque está gordura que se alinea en falanges las pulpetas decoradas con los atributos más altos del reloj de la zurda, pertenece a esa clase de puntos que sólo Buenos Aires es capaz de explicar.
Pichuco está metido en la entraña misma de la porteñidad, cuyas connotaciones menos cuestionables son las del ancho ademán para la amistad, tolerancia ante las debilidades ajenas, sentido solidario, generosidad, pudor para los afectos y cierto escepticismo temperamental que fragmenta en rachas de buena o mala suerte el ciclo de cada tipo, como si se tratara del prisma con que todo lo contempla el jugador.
Todos los hados le fueron propicios a Troilo para su transfiguración en la leyenda con que precipitadamente lo va nimbando la imaginación del pueblo: desde el que decretó su nacimiento por los alrededores del Abasto, hasta su sonrisa angélica, de pibe que no muda los rasgos de su frescura inmarcesible; desde la intuición creadora hasta la magia de sus dedos dándole a cada ficha del fuelle el toque preciso; desde el hondo espíritu de cordialidad hasta el desprendimiento de su dadivosidad proverbial; desde, en fin, el milagro de sus tangos hasta su bohemia testimoniada en estaños y ruedas nocheras. No puede significar, gran esfuerzo dialéctico ubicarlo en la escala de los " fenómenos" que sintetizan el el alma de Buenos Aires: Gardel, Leguiszamo, Discepolín, la negra Sofía Bozán, Delfino y tantos otros. El halo que lo rodea permite comprender, por otra parte, la visión legendaria que ha comenzado a sustituir a su perfil concreto o de carne y hueso por una especie de metamorfosis a que es tan adicta la credulidad de las multitudes para satisfacer sus sueños enternecidos de imaginerías. La "Madre" María, Pancho Sierra y algún político han sido santificados a través de ese itinerario de endiosamiento.
Pichuco, pues, tiene asegurada la inmortalidad. Se la decretó la voluntad unánime de la gente pero, lo que es más importante aún, la merecen con pleno derecho. Tiene que estar siempre vivo como un símbolo perenne de la esencia más íntima y menos expuesta a los azares de lo contingente del hombre porteño en el plano de los sentimientos sobrepuestos a cualquier peligro de caducidad. Es en la música donde puede darse con una de las claves qué descifran su secreto humano. En la música de tango, claro, que Pichuco consumó con la religiosidad de un rito uncido de plegarias y responsos que sólo la voz bronca de la " jaula" del bandoneón -la bandola, que le dicen-podía impregnar de emoción que está más allá del tiempo y de las modas.
Las palabras se han gastado en el encomio a Troilo. Para exaltarlo es mejor oír su fraseo musicado que desenrolla el chamuyo de los motivos contenidos en las doce interpretaciones de este disco que Difusión Musical agrega a sus colecciones antológicas. Aquí habla, con toda su voz, este gordo que habría sido necesario inventar si no lo tuviéramos al alcance de nuestros sentidos. Es una voz de tango, pero distinta a todas las demás, única, exclusiva, el inconfundible. Tan pronto se retuerce en la quejumbre de " Responso", como juguetea retozona y traviesa en "El patio de la morocha" o se torna lamentosa en "De vuelta al bulín" y es compadre y sobradora en "La trampera". En ninguna, sin embargo, dejan de ser la misma, porque Troilo, ya autor, ya instrumentista, tiene la singularidad de su estilo intransferible. Es, en verdad, el bandoneón mayor Buenos Aires que proclamó Julián Centeya. Y, también, el registro más alto del tango sublimado por el amor a la ciudad y a sus hijos.
JUAN DEL MONTE
De la Academia Porteña del Lunfardo

Aníbal Troilo
Bandoneón Mayor de Buenos Aires Vol. 2
Caravelle DM 70.170

01. Quejas de bandoneón - tango - Juan de Dios Filiberto
02. El choclo - tango - E. Santos Discépolo, C. Marambio Catán,A. G. Villoldo
03. Taquito militar - milonga - Mariano Mores
04. Pablo - tango - José Martínez
05. Color de rosa - tango - Pedro y Antonio Polito
06. Ojos negros - tango - Vicente Greco, Julián Porteño
07. Orlando Goñi - tango - A. J. Gobi
08. La chiflada - tango - A. Aieta, García Giménez
09. De muy adentro - tango - H. Artola, J. Dames
10. Mano brava - milonga - Enrique Cadícamo, Manuel Buzón
11. Contratiempo - tango - Astor Piazzola
12. Chiqué - tango - Ricardo Luis Brignolo

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Aportes de Ariel González

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