Buenaventura Luna es reconocido como un notable poeta, como un inspirado compositor del folklore nativo, y porque en ambas disciplinas supo reflejar la vida y el sentir de su pueblo. Como fue uno de los pioneros, muchos lo consideran un tradicionalista férreo. Olvidan que la vanguardia folklórica de los años ´60 consideró que su obra permitió revitalizar el “solemne cadáver” en que se había convertido el cancionero nativo gracias a los celosos guardianes de “las formas estrictamente tradicionalistas y recopilativas” (Manifiesto del Nuevo Cancionero). Pero cuando a mediados de los ´30 lleva a su Tropilla de Huachi-Pampa a las radios de Buenos Aires, Luna intentaba, mediante el “lenguaje sencillo y emocional” de las canciones nativas, que Argentina volviera a ser interesante para los argentinos. Se trataba de un tradicionalismo, sí, pero arraigado en nuestra matriz cultural mestiza y atravesado por la misma conciencia nacional y social que antes lo había arrimado a una muy activa militancia política. Un tradicionalismo interesado en las industrias aborígenes pero también en las más modernas industrias; en los ancestrales relatos orales y asimismo en el flujo intelectual contemporáneo y vivificante de cada región; en el canto no domesticado por las corporaciones de la masificación y la vulgarización del oído y el gusto popular; y, en definitiva, interesado en la cultura del pueblo dejada a un lado por la cultura oficial. Hay otro tradicionalismo -o “nacionalismo de duelo”- que sale al rescate de una tradición gloriosa y heroica sin duda, pero que, finalizada y concluida como está, representa tan sólo una “tradición”; es decir: un pasado que ha perdido su futuro, un museo de nostalgias sin capacidad de transformar la realidad. Buenaventura, en cambio, formaba parte de un renacimiento cultual que buscaba afanosamente la revolución política que plasmara la modernización humana de las tradiciones nacionales en vez de asistir pasivamente a la liquidación insensible de las mismas. Hay dos momentos, situados en los extremos de su experiencia vital, que nos habilitan a pensarlo de este modo. A los 16 años, un precoz Eusebio Dojorti acababa de recorrer por su cuenta el país desde Chubut hasta Jujuy, y trataba de comunicar el diagrama exclusivamente agroexportador de la Argentina a sus artificialmente atrasados paisanos de Huaco: “En el Litoral y La Pampa -escribió- ‘los gringos’ recogen a máquina sus trigos”. Estaba diciendo que el esquema productivo semicolonial beneficiaba a unos pocos; al resto, necesariamente, los “deprimía”. A los 46 años, sólo tres antes de morir, Luna realizó un viaje a Chile con el objetivo de alentar las obras del Camino Internacional San Juan-La Serena. Creía que la integración regional incentivaba las posibilidades del comercio y de las industrias locales -a través del Corredor Bioceánico-, amén de revitalizar históricos lazos culturales. Le desagradaría saber que aquel proyecto -que potenciaba nuestras capacidades industriales, científicas y técnicas- nunca se concretó; pero le entusiasmaría saber que hoy el camino vuelve a ser prioritario y que existen acuerdos para que su realización vuelva a ponerse en marcha. En apretada síntesis, Eusebio Dojorti entendía que la cultura abarca desde la anónima copla popular hasta las más complejas tradiciones sociales y políticas, y que la cultura está antes, durante y después de cualquier “civilización” o derrota circunstancial. Lo estratégicamente nacional y popular de este enfoque cultural fue comprender que debía rechazarse la autoimagen denigrada de lo argentino, recuperar el sentido de la iniciativa, trabajar en consecuencia por la reparación de la autoestima comunitaria, y reclamarle al futuro la materialización de nuestras mejores tradiciones socialmente justicieras. Para volver a sentir “esa alegría, tan nuestra y tan argentina de saber que todo es nuestro bajo el cielo argentino”. Y para que siempre “el de mañana sea un día claro, diáfano y feliz”.
miércoles, 10 de noviembre de 2010
Buenaventura Luna y la Cultura como Reclamo de Futuro
"Buenaventura Luna y la Cultura como Reclamo de Futuro"
Por Carlos Semorile
a las 18:29
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