domingo, 27 de agosto de 2017

Rodolfo Ovejero-UNA VOZ Y UNA GUITARRA

En busca de... Rodolfo Ovejero, músico

Heredero del tunal

Cautivado por la música desde su niñez, dedicó sus días a desarrollar el arte con su guitarra y fue protagonista de una historia para revivir a partir de su compromiso con la vida y con los afectos. Testigo de grandes momentos de la canción popular argentina, cuenta con emoción la experiencia de haber conocido el lugar más humilde y los escenarios más importantes.

LP - Cuéntenos acerca de su lugar natal y de su infancia.
R.O. - No siempre se me pregunta sobre mi lugar de origen, y esta es una oportunidad hermosa para exteriorizar y dar algunas pinceladas del recuerdo de mi inolvidable Tunsa Punco (Puertas del Tunal), ubicado al oeste de la capital de Santiago del Estero, aproximadamente unos treinta y cinco kilómetros. Es un paraje, que en mi tiempo de niño, llegaban gentes de lugares circunvecinos, que se afincaban atraídos por el trabajo en la explotación forestal, esa oportunidad la aprovechó mi padre para agrandar su negocio, con lo que atrajo a paisanos de toda laya. En ese entonces envía a mi hermano mayor a estudiar bandoneón a la ciudad, mientras que yo imploraba porque me comprasen una guitarra, pasión que fue despertada por mi madre sin quererlo, ya que ella era maestra en el pueblo y cada vez que realizaba la travesía de ir a la ciudad por su sueldo volvía cargada, una vez con una vitrola, otras veces con arsenales de discos entre los que se encontraban grandes como don Andrés Chazarreta, Gardel, Magaldi, Brunelli, Andrés Segovia, etcétera. Este último me fascinaba por su sonido y en esas reuniones domingueras en que los paisanos bajaban del monte a buscar diversión yo era el vitrolero oficial, pero en el fondo de mi ser yo anhelaba ser protagonista de esas músicas por lo que lloraba y lloraba para lograr mi sueño de tener una guitarra propia en mis manos. Mientras tanto pasaban los discos y yo corría a sentarme en un sillón de mimbre en cuyo apoyabrazos rasgueaba al son de los ritmos, y de tantos rasgueos llegué a gastar dos sillones...

LP - ¿Y cuándo llegó el momento de aprender la guitarra?
R.O. - Desde pequeño recuerdo que en la escuela me gustaba dibujar, hacer versos y describir en mis rimas los dibujos que realizaba. Viendo mis padres mi inquietud optaron por mandarme en dos ocasiones a la ciudad para continuar allí mi cuarto grado, pues en mi escuelita Mauricio Boedo, llegaba hasta el tercero, es ahí donde comienza toda esta hermosa historia.

LP - La experiencia de participar en una orquesta infantil fue importante para usted.
R.O. - Después de llorar por no dejar mi pago lograron llevarme a la ciudad y fui a parar con mis huesos y mi guitarra a la casa de mi madrina, que pensando que venía mal preparado me matrícula en tercero. Mi madre se disgustó muchísimo ante esta situación, pero le di la alegría de ser el mejor alumno, "el abanderado" en los siguientes grados hasta terminar la primaria. Además en mi escuelita ya era el guitarrista obligado, donde por esa gracia de Dios conocí a Hugo Díaz, en ese año tuvimos la bella experiencia de ser compañeros en la orquesta infantil, en la cual ya Hugo era el solista. Fue realmente una hermosa e inolvidable experiencia que llevo en el alma.

LP - ¿Cuándo conoció a Hugo Díaz? El camino que recorrió con él.
R.O. - La orquesta infantil fue cuando conocí a Hugo, pero luego pasaron diez años, más o menos, hasta que un día encuentro en la Radio Belgrano, desde mi Punco querido escuché a Hugo mezclado con los ya grandes Abalos y la orquesta característica de jazz de Juan Carlos Barbará. Otra cantidad de tiempo transcurrió y yo ya había llegado a la radio de Santiago LV11 Radio del Norte donde nos presentamos con un hermano y un primo formando un trío de guitarras. En ese lapso, en 1954, el noroeste estaba inundado de Hugo Díaz, quien ante la baja de su guitarrista, comienza a preguntar por alguien quien lo reemplazara, y es en la radio donde le informan que había un zurdo de apellido Ovejero. Hugo no titubeó un instante y fue corriendo a buscarme, al día siguiente ya estábamos en Tucumán, después el Litoral, Paraguay, al regreso Mendoza, etcétera, etcétera y por último Buenos Aires donde hicimos base.

LP - ¿Por qué decidió radicarse en Buenos Aires por primera vez?
R.O. - La decisión de llegar hasta Buenos Aires en verdad la tomó mi hermano mayor que ante la oferta de Hugo yo dudé. Fue ahí cuando consulté con mi hermano quien me contestó con un: "Chango sonso, a mí me lo hubieran ofrecido y yo ya estaba con él". Así por esta conclusión es que me siento hoy un inmigrante santiagueño más en Buenos Aires.

LP - Y un día conoció a la mujer de su vida... ¿cómo fue esa historia de amor?
R.O. - Al final de esa gira, de regreso a Paraguay, bajamos tocando por varias provincias hasta arribar a Mendoza y al llegar nomás al hotel donde nos íbamos a instalar, ahí, Dios me la puso como esperándome, en esos días fríos de mayo, tomando sol, para mi fue como otro sol. Pero el camino estaba esperando, y el que lo camina deja rastros, yo dejé eso y mucho más. Creo que no tuvimos tiempo para las misivas hasta que un día, mejor dicho una noche de esas en que durante todo el año cantábamos con Hugo, el bailarín Carlos Saavedra, corre a darme la increíble noticia de que estaba lo que era un sueño para mí, convertido en realidad. Y realidad es el sueño que vivimos por la gracia de Dios con hijos y nietos que anuncian la continuidad de nuestra especie.

LP - Fue músico acompañante de grandes nombres de la canción popular. ¿A quiénes recuerda más y mejor?
R.O. - A cada uno lo recuerdo y reconozco por su estilo y su forma de sentir y expresar la música y también por el hecho de que tengo la cautela de buscar lo sincero y lo íntimo de la persona y en ellos está lo que me enseñaron: el cómo y el porqué de la música. A Hugo Díaz por haberme hecho posible, a Ariel Ramírez por su fineza y Horacio Guarany por haberme sacudido ciertos miedos.
Como dato extra quiero referirme a mi participación fugaz en la película "Fantoche" dirigida por Luis Sandrini y en un cortometraje de Leonardo Favio "El amigo" ganador en el Festival de Cine en Mar del Plata y premiado en Moscú.

LP - Pero en un momento le interesó encarar la música como solista. ¿Cómo le fue?
R.O. - Una vez desintegrado el conjunto de Hugo Díaz, 1958, se impuso en los cines el "número vivo" en el entreacto de las películas, se incorporan músicos, magos, malabaristas, etcétera. Fue un cantante barítono que actuaba en el mismo local de Hugo, quien me adelantó la resolución de Díaz y me presentó a un representante de los números vivos. No puedo quejarme de la aceptación del joven público que concurría en masa para ver las películas de Elvis Presley y yo ahí con mi Zamba de Vargas y Vidala de la Copla...

LP - ¿Desde cuándo se dedicó a componer y a escribir letras? ¿Qué lo inspira a la hora de crear?
R.O. - En el caso de la música, donde escuchaba y veía que todo el entorno se esmeraba en expresar su provincianía, me dije donde está ese niño que en la escuela se destacaba, improvisaba versos, hacía dibujos y los describía en rimas... La guitarra estaba y busqué la forma que me dictaba mi interior; me dije: Qué fácil. Intenté, pero una vez adentro me pareció no tan fácil. Igual insistí y pintando mi origen y mi provincia y sus rudos paisajes me sentí mucho mejor y lo logré.

LP - Tuvo un especial afecto con su abuelo. Cuéntenos de esos tiempos y de ese lugar en el que él vivía.
R.O. - El primer deber de los padres es proyectar el amor hacia sus progenitores, como un reconocimiento a la vida que a ellos le dieron. Para nosotros significaba un semisanto, por su bondad, y ese respeto mutuo que cada vez que los visitábamos al llegar nos arrodillábamos pidiendo su bendición y éstos, con la señal de la cruz en la frente, respondían que Dios nos haga un santo varón. Mi abuelo murió a los ciento catorce años, tengo tanto para describir de su vida, pero como dato preponderante diré que participó del final de las luchas montoneras cuando las tropas ya dispersas de La Rioja querían invadir Santiago. Nos lo contó un atardecer, cuando sus hijos, incluida mi madre festejábamos sus noventa años y me pidió que le tocara la Zamba de Vargas, vi caérsele unos lagrimones y en ellos cuanta historia se derramó.

LP - Le dedicó momentos importantes a la actividad docente. ¿Tuvo como alumnos a quienes después fueron famosos?
R.O. - Al margen de mi actividad artística y habiendo superado lo intuitivo, puse en práctica la escolástica por las apetencias del momento y llegaron las hordas del canto en conjuntos, algunos desertaron a medio camino, otros pocos se desempeñaron en esos grupos que necesitaban de un poco de idoneidad y les fue bien. Yo me conformo porque al son de poder ayudarlos musicalmente ellos me ayudaban a mí en mis gastos.

LP - ¿Si tuviera que elegir a músicos que le significan ejemplos como creadores y como profesionales a quienes mencionaría?
R.O. - Primero a don Andrés Chazarreta que nos dio la materia prima del tesoro que estaba escondido en los montes y salitrales de mi provincia. De Cuyo a don Buenaventura Luna, Hilario Cuadros y en Catamarca a don Acosta Villafañe, que gracias a ellos existimos y nos hicieron su país al unir nuestras músicas y costumbres.

LP - Cuéntenos alguna anécdota con final feliz para compartir con los lectores.
R.O. - Todos hablan de Cosquín, nadie habla de Ovejero, pero hay una razón. Pocos o muchos ignoran cómo se formó el primero, cuyos pioneros fuimos con Horacio Guarany, el Chango Rodríguez, Los Chalchaleros, Falú, Hernán Figueroa Reyes, pero los que pusieron el primer tablón del escenario fuimos Horacio y yo. En la siesta cosquinera en una camioneta acondicionada con parlantes recorríamos las calles, cada uno con su libreto en mano. "Escuche esta noche al gran Horacio Guarany el cantor de El Mensú, la de Alto Verde, etcétera", rezaba Horacio; y yo por mi lado, "Escuche al gran guitarrista santiagueño Rodolfo Ovejero, la sonrisa morena del folklore" como me había bautizado el gran Miguelito Franco; y así transcurrieron las primeras noches de Cosquín, con un saldo positivo y esperado según la comisión del festival, acepto que así fue. Al momento de la paga, estas fueron magras. Al año próximo seríamos considerados, así nos prometieron, pero llegó el segundo festival y no nos llamaron. Acudieron los más grandes y los etcéteras... como dijo don Ata. Luego al tercero yo ya estaba muy enojado por esa actitud y cuando recibo una carta de la Comisión de Folklore pidiéndome respuesta, les dije que quería veinte mil dólares, todavía no me llamaron, hasta ahora, pero no importa, me convertí en un espectador para ver a mi "Hijo": el Festival de Cosquín crecer como ha crecido.

(La Opinión-Rafaela-23/02/2010)

Rodolfo Ovejero-UNA VOZ Y UNA GUITARRA

01. LA CANCION DEL JANGADERO
02. LA AURELIA
03. LA LLAMADORA
04. TU TREMENDO SILENCIO
05. RAZA VENCIDA
06. COPLA ENCERRADA
07. SOY DESGRACIADO
08. LA GAUCHA
09. LA N.N.
10. ROMANZA SANTIAGUEÑA
11. EL REPICADITO
12. ESTRELLITAY

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