Julia Elena Dávalos
JULIA ELENA DAVALOS
Yo, el Oso -como me llaman mis hermanos-, dejando caer mi lagrimita de sondeo, vengo a desentrañar un acontecimiento que me llena de orgullo: ¡JULIA ELENA!, mi pequeña y dulce gordita. Sé que mientras escriba sobre ella estaré haciendo mi propia biografía, porque ella es una rama de mi sangre que canta, que ha echado la flor alta en el aire para llevar un temblor más allá, el mandato de nuestro sangre.
Julia siempre fue cantora; la copla que he tirado en el fondo de este aljibe en el que me hundiré recuperando resonancias era parte de una canción que hice hace mucho cuando la Julia Elena tenía apenas tres años y canturreando lavaba un pañuelito imitando el quehacer de su madre. Veo en la claridad solar del patio su cabecita dorada y en el agua azulado de añil sus manitos restregando con responsable furia aquella diminuta alita de trapo, mil veces estrujada y tendida y otras mil vueltas a sumergirse entre las burbujas del jabón.
Luego fueron viniendo sus hermanos: Luz María, Jaime Arturo, Costanza..., y Julia, con la autoridad de su mayorazgo, capitaneaba la pandilla, haciendo de mamá, de maestra -! la señorita !- imbuida de un temible sentido de autoridad y munido de una varilla que unas veces hacía de puntero y otras de fusta, ya que en el niño supervive la primitiva ley de educación de que la letra "con sangre entra". Sus hermanitos reconocían y aceptaban, dada la seriedad de la señorita, con resignada subordinación.
Genio y figura hasta la sepultura, dice el proverbio, y en Julia jugando se fue haciendo hueso la responsabilidad y una maternal dedicación a sus hermanos menores. Rigor y amor no se contraponen, y así es como -cuando yo me separé de mi mujer; de la que fue mi compañera de estudios y a quien le agradeceré eternamente los hijos en que me prolongó la vida-, Julia Elena, continuando sin solución, representa el papel de madre de sus hermanitos y crece ayudándome a sacarlos a la orilla.
Estudiante dedicada, curiosa, lleno del amor propio que es un signo de estirpe, la Julia Elena nunca necesitó la picana materna ni paterna. Asume su tarea con seriedad pero sin la cejijunta seriedad de los que no tienen "duende"; estudia para saber, no para sacar diez. Mis amigos, el hermano Septimio y Antonio Salonia, me dan la mano; ubico a mis hijas en el Colegio María Auxiliadora de la calle Yapeyú; Arturito se interna en el Lasalle, en González Catán. Los niños entran en su tradición cristiana con toda la adversidad por nodriza. Yo en esos tiempos andaba "ganando el mango", como dicen los porteños, con mi guitarra y mis canciones como ciego. Ellos en el claustro; yo en la calle; ¡el amor, los amigos, la locura! . . .
Buscando cada cual a solas el camino, la liberación de un alma, la expresión de un mandato que en la soledad sentimos. La voz interior del padre, del abuelo; de esta sangre en la que vienen diluidas todas las voces con vocación de luz, de canto.
Los "chicos" cantan solos. Nunca les estimulé la actividad canora. Cantar es como hablar en voz alta, una dimensión interior de río que fluye o no, pero que todo hombre tiene aunque no lo sepa. Cantar es una religión; y en el patio de mi casa siempre se habló en voz alta o se cantó el vino comulgador de los lunes criollos con todas las entrañas, como para despenar el corazón rezando música.
En el Colegio de la Misericordia, Julia Elena se recibe de maestra y la nombran, ¡ justito! en lo que más le gustó siempre: el jardín de infantes. Por entonces nuestro amigo el guitarrista Eduardo Martínez le enseña los primeros acordes y ella les canta a sus alumnos, a esos alumnos en quienes vuelca todo el amor ejercitado en la infancia jugando a la maestra. Y sigue, con lo responsabilidad fresca de siempre, jugando y educando como sin querer, madura ya en la niña la mujer, la madre, hermana ejemplar.
¡Perdonenmé, me vaya echar una lagrimita más! Por no caer en la sensiblería, eso que tanto teme el argentino y en la que tanto incurre; hablemos de esta Julio Elena de ahora, que se me casó, se me fue de las manos con un mensaje en la patita como una paloma. Ella es ella, ahora en el "éxito", más sola y más responsable que nunca. Cantando para este pueblo que amamos y al que no defraudaremos adulándolo como en la fábula hace el zorro con el cuervo. Ella como yo, ganará su pan cantando. Tiene estirpe de pájaro y de cigarra y trae su destino en la voz. Sufrirñá, y esto es inevitable, como lo he padecido yo, un deleitoso estado de "puna" cuanto más alto suba en la estima del público, pero como tiene base, raíz, estirpe, sabrá ubicarse en la altitud que le pertenece sin dejar de mirar abajo y aunque nimbada de ese estado etílico que da la fama, como su índole es de aire, jamás será sorbida por el vértigo. Llámenle ustedes a esto petulancia, orgullo, vanidad.
Sé lo que he engendrado y voy en ello, me juego entero en ella como en todos mis hijos, en lo que se irán poniendo en acto las potencias genéticas del atavismo, eso que da la tierra, nuestra amada tierra.
Julia es tierra que anda y les diré, que reafirmo con mi confianza serena en mi hija la confianza en este dramático conglomerado humano de veinte millones de almas, porque los hijos van naciendo mejores que los padres. ¡Hasta el puro por cruza nadie nos para!
Agradecidos, sí. Bien agradecidos. Al pueblo desde el que venimos; a nuestra legendaria Salta; a esas gentes humildes que en la hondura de los montes gritan para acompañarse una copla forjada en bronce de clarines; al viento de la patria en cuyo torrente seminador se estremece aún lo voz de Acosta Villafoñe, de Buenaventura Luna, de Hilario Cuadros..., de ¡GARDEL!, que cada día canta mejor. Agradecidos a don Andrés Chazarreta y a don Julio Argentino Jerez; y como nombrar es dar la posibilidad de incurrir en la irreverencia de olvidar gente, de omitir, más mejor mentar a los que se han ido porque siempre tendremos que agradecerles su venerable silencio y aceptarles el derecho a pedirnos cuento luego de lo que hicimos con él.
Nada corrompe más que el aplauso. De carne somos y como el miedo es la sombra del artista, debo expresarles llanamente que a veces, no siempre, temo, cuando la veo a la Julia Elena en algún programa cuantitativo, creando a ternura limpio una rendijita por donde se mira el cielo; sufro, me duele mi hija, el ser humano que en ella como en tantos otros se esfuerza intensamente por dar claro y sereno su mensaje.
Y el Pueblo tiene la palabra, el Pueblo con mayúscula, sin la estratificación segregacionista que para su estudio y su dominio han inventado los clasificadores; tiene la palabra el Pueblo, en la boca de cada artista que la abre para decir sus más opresivos silencios, su hombre de sonido y concepto, su sed de verdad, belleza y amor.
NOTA DE JAIME DAVALOS, GENTILEZA DE LA REVISTA GENTE
Julia Elenea Dávalos
JULIA ELENA DAVALOS
Philips 82164PL
01. SIRVIÑACO - Eduardo Falú, Jaime Dávalos - bailecito
02. LA CANOA BLANCA - Vicente Escayola - chamarrita
03. OH COCHABAMBA - J. del Río - Taquirari - Acompañada por Jaime Torres y su conjunto
04. ETERNO AMOR - Jaime Dávalos - canción
05. TENDRAS UN ALTAR - serenata popular salteña
06. DOS PALOMITAS - Gómez Carrillo - canción
07. EL HOMBRECITO - Pedro Giménez, M. de los Ríos - bailecito - Acompañada por Jaime Torres y su conjunto
08. NO IMPORTA - Anónimo - canción
09. PATO SIRIRI - Jaime Dávalos - canción
10. RIO RIO - Tonada popular chilena)
11. COPLAS POPULARES DE BAGUALA
12. YA VIENE SOPLANDO EL ZONDA - O. Zúccoli de Fidanza, H. Vieyra - canción
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Aporte de Horacio Cortés
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