Carlos Montero
por Fernando G. Lucini el 03/10/2008
Juan Carlos Zamboni, verdadero nombre de Carlos Montero, nació en Buenos Aires, en 1938.
Carlos, con su corazón “siempre mirando
al Sur”, es un músico y un guitarrista excepcional que, además, canta; y
lo hace con eso que en el lenguaje flamenco se llama “jondura”, es
decir, con una voz que le sale de lo profundo y que suena a suspiro o a
desgarro del alma; voz interior percibida, en ocasiones, como lamento o
quejío, y, otras veces, como confidencia amable y amiga que adquiere, en
el tono sobrio de su voz, el valor de la palabra tierna, creíble y
verdadera.
En su infancia y, por supuesto, en lo
que sería su futuro artístico, desempeñó un papel fundamental el barrio
concreto en que nació: fue en Mataderos, barrio que en el Buenos Aires
de los años treinta era un lugar fronterizo entre la pampa y la gran
ciudad.
A un lado de aquel barrio –y de la casa
en que nació Carlos– se encontraba el mundo y la realidad rural, con sus
paisajes, sus gentes sencillas, el verde, el ganado, el gaucho y su
folclore –zambas, milongas y chacareras–; al otro lado, la ciudad, el
suburbio, la sed de verde, la calle, el arrabal, el bullicio, la
soledad, el tango; género musical de carácter urbano y popular que el
gran Discépolo definió como un pensamiento triste que se baila.
Zambas, milongas, chacareras... y
tangos..., que Carlos fue integrando en su sensibilidad musical;
sensibilidad reforzada, además, a través de su formación clásica,
adquirida, inicialmente, en las clases particulares de guitarra que
recibió en su casa, y, poco tiempo después, en el Conservatorio Nacional
de Música Carlos López Bouchardo.
El hecho fue que Carlos a los cinco años ya tocaba la guitarra.
Su padre –también guitarrero, que
formaba parte de un grupo musical llamado Alberto Coria y su Cuarteto–
lo que más deseaba era que su hijo se dedicara exclusivamente a
estudiar, pero, a pesar de sus deseos, no pudo evitar que Carlos, siendo
aún muy niño, iniciara sus primeras actuaciones en público.
Una de aquellas actuaciones tuvo lugar
el 5 de octubre de 1949, en un Gran Festival Artístico y
Cinematográfico, organizado por la Asociación “11 de Setiembre”, en el Cine National Palace; festival en que se le anunciaba así: “El niño Juan Carlos Zamboni. Canto, acompañado en guitarra”.
“En casa había gran tradición –comentaba Carlos en el diario Madrid, el
6 de noviembre de 1971–. Era lógico que me entusiasmara con la música
desde el principio. Pero fue un aprendizaje duro, porque había que vivir
y ganar dinero.
Así, toqué en salas de fiestas y cabarés, en salones folclóricos y boites, cuando
era todavía un adolescente. Por supuesto, con el permiso de mi padre en
el bolsillo, por si la policía me encontraba a altas horas de la noche
en la calle... Después, ingresé en el Conservatorio de Música, donde
aprendí las normas de lo clásico, que afortunadamente no destruyeron
para nada mi entusiasmo ni mi afición por el folclore [...]. En el
Conservatorio aprendí lo clásico; la calle me enseñó el folclore, lo que
cantaba y sigue cantando la gente”.
Hasta 1959, Carlos Montero –o, mejor,
Juan Carlos Zamboni– participó en diversos grupos musicales y afianzó su
carrera como solista ofreciendo recitales de canto y guitarra en los
que interpretaba, sobre todo, temas folclóricos.
Uno de aquellos recitales fue, por
ejemplo, el que dio, en Buenos Aires, el 9 de agosto de 1958, organizado
por MEEBA, Asociación de Estudiantes y Egresados de Bellas Artes.
Aquel recital, en el que Carlos interpretó obras populares de Ariel Ramírez, de Oscar Valles, de Eduardo Falú y de Jaime Dávalos,
fue presentado en los siguientes términos: “Nuestra música autóctona,
expresión melancólica de ardiente sentir que anida en los sentimientos
de los hombres de nuestra tierra, tiene un ferviente y expresivo cultor
en el joven artista Juan Carlos Zamboni [...].
MEEBA, al brindarlo a la consideración
del público amante de esas bellezas del espíritu, asegura a este joven
ejecutante un lugar de privilegio entre los valores de ese género que
encuentra hoy en Buenos Aires la cuna del nacimiento del Arte
Folclórico”.
En 1959, con toda la experiencia
artística acumulada, Carlos recibió la oferta de un conocido músico
argentino, Hugo Díaz, para incorporarse a una compañía folclórica que
estaba montando con la intención de emprender una gira por diferentes
países europeos; entre ellos, Alemania, Bélgica y Holanda.
Carlos aceptó la propuesta e ingresó en
aquella compañía, que, con el nombre de Hugo Díaz y sus Changos,
integraban el propio Hugo, Victoria Díaz –su mujer–, Carlos, Alberto Cortez y un bailarín apellidado Ferreira.
Así fue como Juan Carlos Zamboni, ya con
el nombre artístico de Carlos Montero –sugerido por el representante de
Hugo Díaz–, viajó por primera vez a Europa para presentar un
espectáculo al que llamaron Argentine National Tanz-Show.
Finalizada aquella gira europea, Hugo
Díaz y Victoria regresaron a Argentina, y Carlos Montero y Alberto
Cortez decidieron quedarse en Europa.
Esta decisión la motivó el gran éxito
que en aquel momento había logrado Alberto con la grabación, en
Bruselas, de sus primeras canciones; entre ellas, El sucu-sucu y Las palmeras;
grabación realizada en noviembre de 1960, en la que Carlos le acompañó a
la guitarra. Aquella circunstancia le permitió a Alberto darse a
conocer por toda Europa, y empezar a ofrecer numerosos recitales, en los
que Carlos Montero solía acompañarle.
En 1964, Alberto Cortez, tras contraer
matrimonio con Renée Govaerts, fijó su residencia en España, y Carlos,
siguiendo sus pasos, tomó la decisión de trasladarse a vivir a Madrid.
Durante varios años –en concreto, entre
1964 y 1971, y, posteriormente, siempre que se lo solicitaron–, Carlos,
vinculado totalmente a la canción de autor, llegó a convertirse en uno
de los más importantes arreglistas de la época; por ejemplo, prestó su
sensibilidad, su maestría y su sabiduría musical a artistas como Alberto
Cortez, Luis Eduardo Aute, Mari Trini, Patxi Andión, Gontzal Mendibil, Jerónimo Granda, Adolfo Celdrán, Mestisay, Luis Pastor, Pablo Guerrero, Carlos Cano y muchos más.
En 1971, tras todo ese recorrido
musical, decidió grabar su primer disco, con el fin de reivindicar y
actualizar el auténtico folclore de su país natal. Aquella fue una
aventura apasionante, gracias, entre otras razones, a su encuentro con
el poeta argentino José Alberto Santiago –ganador del premio de poesía
Leopoldo Panero, y hoy lamentablemente fallecido–, que llegó a
convertirse en su cómplice literario inseparable.
“Yo siempre tuve ganas de hacer un disco –le comentaba Carlos a Alberto Míguez, en la entrevista al diario Madrid antes
citada– He trabajado en varias casas de discos y estoy muy relacionado
con el ‘medio’. Pero necesitaba una persona que compartiera mis propias
inquietudes. Yo soy un mal letrista; no soy escritor, soy músico. Hasta
que un día conocí por casualidad al poeta José Alberto Santiago, que
compartía mis propias inquietudes pero desde otra perspectiva: la de la
literatura. Él buscaba una persona que pudiera musicalizar sus poemas.
Yo buscaba una letra adecuada para mis músicas. Comenzamos a reunirnos y
hablamos largo rato”.
“Primero, surgía el tema poéticamente,
y, después de muchas tentativas, tensiones, discrepancias, iban saliendo
la música y la letra al unísono. No se trataba, pues, de dos realidades
autónomas que llegaban a unirse, sino de un solo acto de creación,
realizado al mismo tiempo por dos personas. Después de la reunión, cada
uno se iba a su casa y revisaba, mejoraba los textos y la música. Claro
que no todas las tardes fueron inspiradas. Nos pasamos muchas horas en
blanco, sin saber qué escribir ni qué inventar. Otras eran, por el
contrario, tremendamente fecundas. Dependía del estado de ánimo y de la
inspiración”.
Así fue como nacieron los tres primeros
discos de Carlos Montero; tres obras inolvidables que se convirtieron en
documentos sonoros básicos para entender y para disfrutar de la
auténtica música popular argentina.
El primero se llamó De la huella (Movieplay,
1971), disco en el que, además de las canciones compuestas sobre textos
de José Alberto Santiago, Carlos incluyó el tema Hacia la ausencia, de Jaime Dávalos y Eduardo Falú,
y una preciosa zamba basada en un poema de Patxi Andión. Con ese disco
ya en el mercado, Carlos Montero participó en el Primer Festival
Internacional del Poema Musicado –también llamado Festival del Fuego–,
celebrado en septiembre de 1972, en el Club Entrepicos, de la sierra
madrileña.
En aquel festival, Carlos y José Alberto obtuvieron el primer premio con el tema Zamba de la pensión; canción que grabó y editó Movieplay en un single, y que inmediatamente adquirió una gran popularidad.
Los otros dos discos de Carlos, creados
en colaboración con el poeta José Alberto Santiago sobre temas del
folclore argentino actualizados, fueron los titulados De las raíces (Movieplay, 1973) y De allá lejos y este tiempo (Movieplay, 1976).
Sobre el valor musical y poético de
estos discos resulta muy interesante el contenido de la carta que le
escribió el poeta Félix Grande a Julio Cortázar, residente en aquel entonces en París, que apareció publicada en la carpeta del segundo LP de Carlos Montero –De las raíces–, y de la que me voy a permitir reproducir un fragmento:
“José Alberto Santiago –escribía Félix
Grande– sigue dándole al verso, por aquí anda, y en una de ésas acertó
en todo el centro a unas cuantas letras de zamba, milonga, chacarera,
vidala y, sobre todo, claro, de vidalita irreparable; y como a veces es
verdad que nada importante se pierde, apareció Carlos Montero, un
porteño de Mataderos (¡de Mataderos, che!), agarró esas letras tan
verdaderamente argentinas que hasta llevan entre sus versos unos años de
expatriación, y amando mucho a su lejana partida de bautismo diseminada
por toda aquella patria de provincias inmensas y caudillos norteños y
del folclore impresionante, y usando de su voz que es a la vez ingenua y
profesora, que es a la vez tierna y viril (si vieras qué cantor de
tangos), y manejando una técnica guitarrística de estudioso del corazón,
y creando melodías alucinadas, hizo con todo ello unos discos, que son,
también, una partida de bautismo, un lenguaje; por eso tú, Julio,
parsimonioso catador de lenguajes, imagina que en dirigible umbilical y
misteriosamente llegué a París, que en silencio y sin llave y sin llamar
entré en tu casa, que eché a andar este disco que se llama De las raíces con precisión tumultuosa, y que sin hacer ruido me fue cuando empezaba a sonar esa Zamba de la pensión insoportablemente
hermosa o esa excepcional vidalita que ahora tú empiezas a oír desde la
almohada insomne, y te levantas, y te acercas hasta esta música, y
escuchas solitario, y empiezas a preparar el mate, y fumas en la
oscuridad deseando suerte para vivir a estos poetas, a estos dos
camaradas americanos que giran, giran, giran su amor y su nostalgia y su
profundidad en este disco incontenible”.
Paralelamente al trabajo creador que
hemos analizado, en el que Carlos realizó la reivindicación y la
actualización del auténtico folclore rural de su país, también se
propuso la necesaria recuperación de la esencia de otro género de la
música popular argentina de carácter más urbano: el tango; recuperación
personalísima y dignificadora que calificó como Tangos a mi manera, nombre del primer LP, grabado en 1973 por Carlos Montero y dedicado exclusivamente a ese género.
En la contraportada de la carpeta de aquel disco, Carlos escribía:
“Quiero dejar constancia de que el tango
es una parte más de la música popular argentina y de que Buenos Aires
es otra de las muchas regiones que le dan variedad y riqueza al
folclore.
Por todo esto y a mi manera, quiero
rendir un homenaje a aquellos hombres que, alrededor de los años
treinta, comprendieron el peligro de la comercialidad y la cursilería
que rodeaba al tango.
Gracias a sus obras, podemos gozar hoy
de su autenticidad y también del peculiar lenguaje que aún se mantiene,
¡lo único quizá!, y que les da a los porteños esa particularidad que
distingue a los pueblos con propias y entrañables raíces”.
Homenaje que en Tangos a mi manera se traduce en la exaltación de grandes nombres propios como Homero Manzi, Aníbal Troilo, Enrique Santos Discépolo y Mariano Mores, y en piezas hermosamente inolvidables como Cambalache, Cafetín de Buenos Aires, El último organillo, Malena, Sur y Che bandoneón.
Catorce años más tarde, sin dejar de
trabajar como compositor y como arreglista, y de acompañar a la guitarra
a muchos de los compañeros artistas antes citados, Carlos grabó y
publicó una nueva obra, titulada Y sigo con los tangos... (Saga, 1987).
En aquel disco volvió a hacerse presente la obra de Discépolo con temas como Esta noche me emborracho, Victoria y Yira yira; y, junto a él, otros grandes creadores argentinos como Homero Expósito, Nicolás Olivari, Homero Manzi o Eladia Blázquez.
Apartir de aquel momento, la presencia
discográfica de Carlos, interpretando tangos, fue permanente. Entre sus
discos figuran los siguientes:
Con el tango en el bolsillo (Saga, 1989) –en el que incluye, por ejemplo, el tema Setenta balcones, de Piazzolla y Baldomero Fernández Moreno–, Perfil de tango (RTVE-RNE, 1990), un segundo disco titulado Tangos a mi manera (RTVE-RNE, 1990) –ilustrado con un magnífico retrato de Aute– y Naturalmente, tangos (Centro de la Cultura Popular Canaria, 2001).
Luis Eduardo Aute,
refiriéndose a esa pasión que Carlos Montero siente y sabe transmitir
con el tango, y, en general, a su extraordinaria personalidad como
músico y como guitarrista, realiza este comentario:
“Me propuse conocer a Carlos, allá por
el 68, después de haberlo escuchado tocar la guitarra, acompañando a
otro compañero, en un programa de radio. Carlos tocaba, y toca, la
guitarra como a mí me hubiera gustado hacerlo, por eso llegué a la
urgente necesidad de conocer a aquel extraordinario guitarrista. A
partir de aquel encuentro, se inició una amistad que daría como fruto
toda una serie de discos, mis primeros discos, que contaban con la
imprescindible colaboración de Carlos. Todos los arreglos de aquellas
canciones eran arreglos suyos. Eran trabajos de difícil clasificación
porque intentaban a toda costa salirse de la norma instrumental de
aquellos años. Ahí están, como testimonio de aquel trabajo, discos como 24 canciones breves, Rito, Espuma, Sarcófago o Babel.
Pero, probablemente, la faceta oculta de
Carlos, faceta que me descubrió algún tiempo después (pudores estúpidos
del genio...), era la de cantante de folclore argentino y de tangos.
[...] Los tangos, en la guitarra y en la voz de Carlos Montero,
adquieren una nueva dimensión... Se transforman en canciones intimistas,
llenas de matices que apuntan hacia nuevas vibraciones poéticas y
musicales, a esa manera de entender la canción. Discépolo, Manzi, Cátulo Castillo, Cadícamo, Expósito, se descubrían, a través de la personalidad de Carlos, como los más grandes entre los grandes de la canción.
“Debo confesar, con toda sinceridad
–continúa diciendo Aute–, que gracias a Carlos y sus tangos, abrí los
ojos y los oídos a una ‘esencialidad’ de la manera de escribir
canciones. Gracias a esos tangos..., a la manera de Carlos, empecé a
aprender, y todavía sigo en el empeño, el muy difícil oficio de juntar
palabras y acordes musicales con el fin de ser cantados”.
Por su parte, Moncho Alpuente, al hablar de Carlos Montero, en 1990, escribió lo siguiente:
“Carlos Montero sabe que el tango anida
en los rincones oscuros de bulevares y plazuelas, folclore bastardo que
se nutre de sombras, de mujeres fugaces que dejaron su huella en el
empedrado. Su guitarra conjura los espíritus del tango y la milonga, al
otro lado del Atlántico, y sus espíritus responden porque el viajero es
un iniciado en los misterios que destilan las seis cuerdas. Su voz, como
un susurro de aguardiente y nostalgia, repasa las lejanas geografías de
Buenos Aires. [...]
“Carlos Montero, contemporáneo y sabio,
traspasa las fronteras del tiempo y del espacio con su canción eterna,
melodía de arrabal, de todos los arrabales del mundo en los que reina
resucitado por su ensalmo S. M. el Tango”.
De Carlos Montero debemos decir, por
último, que, en 1990, fue galardonado con el premio Gardel de Oro,
otorgado por el Centro Cultural Argentino del Tango, en Buenos Aires, y
que ha sido director y presentador, en Radio Nacional de España, del
programa titulado La noche que me quieras.
DISCOGRAFÍA DE CARLOS MONTERO
• De la huella (Movieplay, 1971) • De las raíces (Movieplay, 1973)
• Tangos a mi manera (Movieplay, 1973)
• De allá lejos y este tiempo (Movieplay, 1976)
• Y sigo con los tangos... (Saga, 1987)
• Con el tango en el bolsillo (Saga, 1989)
• Perfil de tango (RTVE-RNE, 1990)
• Tangos a mi manera II (RTVE-RNE, 1990)
• Naturalmente, tangos (Centro de la Cultura Popular Canaria, 2001)
• Tangolatría (Sello Autor, 2008)
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