Regresó, con su familia adoptiva, por breve tiempo a Montevideo, para ir a vivir al comienzo de su adolescencia con su madre biológica y el esposo de ésta, quien a la postre le diera su apellido, el argentino Alfredo Nicolás Zitarrosa y su hermana recién nacida al paraje denominado actualmente Rincón de la Bolsa, en el km. 29,500 de la vieja ruta a Colonia, departamento de San José. Afincado allí, cursó el Liceo en Montevideo, adonde se trasladó en su juventud, viviendo primero con el matrimonio Durán y luego en la pensión de la señora Ema, sita en la calle, para ocupar después la famosa buhardilla de la casa de la calle Yaguarón 1021, que funcionaba también como pensión, y era propiedad de su madre, Blanca Iribarne. Trabajó, entre otros, como vendedor de muebles, de suscripciones a una sociedad médica, de oficinista y en una imprenta, para iniciarse en 1954 en labores de locución radial, incursionando como presentador y animador, actor de teatro, libretista e informativista. Al mismo tiempo desarrolló su vocación artística como escritor, produciendo cuentos y poemas. La culminación de estos esfuerzos llegó en 1959, al recibir el Premio Municipal de Poesía Inédita en Montevideo, por su libro Explicaciones. Posteriormente se inició en el periodismo, colaborando en diversas publicaciones, entre ellas el semanario "Marcha". Escribió sobre cibernética, enfermedades infantiles, física nuclear y una gran variedad de temas científicos y técnicos, y realizó importantes entrevistas.
Encontrándose en Perú, exactamente el 10 de febrero de 1964, enfrentado a serias dificultades económicas, fue llevado casi contra su voluntad a actuar en televisión, en lo que sería su debut profesional como cantor. Zitarrosa relata así su experiencia: "No tenía ni un peso, pero sí muchos amigos. Uno de ellos, César Durand, regenteaba una agencia de publicidad y por sorpresa me incluyó en un programa de TV, y me obligó a cantar. Canté dos temas y cobré 50 dólares. Fue una sorpresa para mí que me permitió reunir algunos pesos…"
A partir de ese instante realizó varios programas de Radio Altiplano de La Paz, en Bolivia, debutando posteriormente en Montevideo, allá por 1965, en el Auditorio del SODRE (Servicio Oficial de Difusión Radioeléctrica). Su participación en este espacio le sirvió de peldaño para ser invitado al Festival Folclórico de Cosquín, en Argentina.
Ya en la cúspide, tuvo a su cargo el programa de televisión "Generación 55", donde difundió la labor de jóvenes artistas uruguayos. De ahí en adelante se inició la cosecha de premios. Premio Artigas de la Asociación Folclórica de Uruguay en 1965. Medalla de Oro por sus ventas de discos los años 1965, 1966, 1967 y 1968. Medalla de Plata en el Segundo Festival Latinoamericano de Folclore en 1966, en Salta. Plaqueta y Disco de Oro en el Festival Internacional de Montevideo, en 1969. Mención de Honor en 1972, en Lima. Condecoración Francisco de Miranda, otorgada por el Presidente de Venezuela, en 1978 y así sucesivamente.
Sus temas han sido interpretados por numerosos artistas: Daniel Viglietti, Santiago Chalar, Jorge Nasser, Numa Moraes, Laura Canoura, Jorge Drexler, Manuel Capella, Arlett Fernández, Pablo Estramín, Larbanois - Carrero, Washington y Cristina, Pareceres, Jaime Roos, Pepe Guerra, Jorge Do Prado, La Vela Puerca, y muchos otros, en Uruguay; Mercedes Sosa, Jorge Cafrune, Nacha Roldán, Los Trovadores, Los Andariegos, Alfredo Ábalos, Los Fronterizos, César Isella, Cholo Aguirre, Eleodoro Villada Bustamante, Guadalupe Farías Gómez, El Chino Martínez, León Gieco, Leonardo Favio, Juanjo Domínguez, Víctor Velásquez, Raly Barrionuevo, Los Chalchaleros, Opus 4, Huerque Mapu, Quinteto Tiempo, "Chango" Nieto, Rosendo y Ofelia, Andrés Calamaro, Soledad Pastorutti, Suma Paz, Chany Suárez, Dúo Salteño, Alejandro del Prado, Cuarteto Zupay, Julio Lacarra, Tito Ramos, Oscar del Cerro, Teresa Parodi, Daniel Melingo, y otros, en Argentina; María Dolores Pradera, Los Sabandeños, Nati Mistral y Maya, en España; María Teresa Chacín y Soledad Bravo, en Venezuela; Chabuca Granda y Tania Libertad, en Perú; Sanampay, Carlos "Caíto" Díaz, Adriana Landeros, Oscar Chávez, y Grupo O'nta, en México; Tito Fernández El Temucano, Los Miserables y Gabriel Salinas, en Chile; Andy Montanez, Susana Baca, Ima Galguén, Adrián Goizueta, Cristiano Quevedo, en otras naciones.
Le han dedicado canciones, entre otros, creadores de la talla de Víctor Heredia, Teresa Parodi, Manuel Capella, Jorge Nasser, Nahuel Porcel, Numa Moraes, Caíto, Rubén Olivera, Roberto Darvin, César Isella.
Zitarrosa consigue lo imposible: gustar a todo el mundo y en especial al público uruguayo que ve en él al cantor largamente esperado, el que canta con las voces de todos.
Es difícil determinar qué es lo más importante en la personalidad de Alfredo Zitarrosa: su condición de autor y compositor privilegiado o la fuerza de sus interpretaciones, la lucidez, la prodigalidad de sus imágenes poéticas, su raíz inmensamente popular y cálidamente universal expresadas en sus canciones, las que han hecho de él una figura señera de la Canción Popular Contemporánea Latinoamericana.
No es instrumentista, aunque a veces se acompaña con la guitarra, en cambio sí compone a favor de la guitarra que, según él, es la autora de sus canciones. Esto merece una consideración aparte, pues el acompañamiento elegido por Zitarrosa para sus canciones se basa en tres guitarras y un guitarrón, lo que le da a sus interpretaciones un original sonido, totalmente distinto al de otras regiones de América, lo que ha llevado a los especialistas a denominar a ese sonido inconfundible y único como "el sonido Zitarrosa".
Sus presentaciones en público siguen la vieja línea en cuanto al acompañamiento guitarrístico (los clásicos cuatro encordados de fondo, tres guitarras criollas y guitarrón) como en su vestimenta: terno oscuro con chaleco, camisa blanca y corbata, zapatos negros e impecablemente peinado con partitura al lado.
Migrante
El 9 de febrero de 1976, Alfredo Zitarrosa abandona su tierra natal, trasladándose a Argentina. A los pocos meses (dictadura en Argentina) salió de ese país rumbo a España donde siguió componiendo y actuando esporádicamente, mientras su familia regresaba a Montevideo. No resistió, sin embargo, estar lejos de su continente, de sus hombres y costumbres. Viajó a México por primera vez en 1977, trasladándose finalmente desde Madrid en abril de 1979, a la vez que se reencontró allí con su esposa y sus dos hijas, habitando en Prados de Coyoacán, al sur de Ciudad de México, hasta 1983, momento en el que regresó a Argentina. La noche del 1º de julio de 1983 se reencontró con el público porteño en el Estadio de Obras Sanitarias. Al comenzar su actuación pidió permiso para seguir cantando a nombre de su pueblo. Los asistentes lo acogieron con una ovación que, dice, nunca podrá olvidar.
El 31 de marzo de 1984 regresa a su país natal, Uruguay, donde pocos días después se presenta en el Estadio Luis Franzini, en un espectáculo conjunto, y más tarde, el 12 de mayo, es recibido por una multitud en el Estadio Centenario, en un memorable recital.
Continuó escribiendo y componiendo hasta su muerte, ocurrida el 17 de enero de 1989 en Montevideo.
El poeta Washington Benavides, uno de los pilares del Canto Popular Uruguayo, dijo en cierta ocasión: "Siempre que pienso en Zitarrosa me vuelve a la memoria una imagen que el gran cantor me provocó, en un lejano recital, fervoroso de público, allá por Tacuarembó; dije entonces que toda canción cobraba, como tocada por una magia terrena, un algo, un no sé qué dorado y cordial, en el envión sombrío y generoso de su voz"..
SemblanzaAlfredo Zitarrosa fue una persona distinta, como en alguna ocasión expresó el músico cordobés, Eleodoro Villada Bustamante. A la manera de un Sol alrededor del cual giran los planetas, su extraordinario magnetismo y el encanto que irradiaba su personalidad generaron universos particulares en cada uno de los ámbitos donde se desenvolvió. Era, donde estuviera, el centro de todo lo que sucedía a su alrededor.
Nacido en la ciudad de Montevideo, hijo natural de Jesusa Blanca Nieve Iribarne, bailarina, actriz y cantante, y de un padre a quien él mismo define, en una de sus canciones, como un gameto en la grieta cerrada del tiempo, fue primero Alfredo Iribarne. Luego, al ser adoptado por el matrimonio compuesto por el –entre otros oficios- milico (militar), Carlos Durán, a quien dedica su famosa Chamarrita, y Doraisella Carbajal –mamá Sella- natural de Trinidad, departamento de Flores, en el Uruguay profundo, pasa a ser Alfredo “Pocho” Durán, para finalmente, y a la edad de 16 años y 9 meses, recibir el apellido de quien, desde varios años antes, era el esposo de su madre y padre de su única hermana, María Cristina, el publicista y comerciante argentino Alfredo Nicolás Zitarrosa, a quien, sobre el final de sus días y en un gesto inefable, termina pidiéndole disculpas en una comunicación telefónica, por los inconvenientes que le pudiera haber ocasionado el “uso” de su apellido.
Encuentra inspiración y sustento para su obra, tapizada en toda su extensión por sus vivencias personales y con permanentes referencias autobiográficas, en la frecuentación temprana del campo, con sus tiempos y sus usos y costumbres, de la mano de su tío materno, José Carbajal, allá en Flores; al punto de afirmar, en más de una ocasión, que era la música campesina la única que le interesaba. Es allí, en el campo, donde tiene su primer contacto con la que sería la compañera inseparable de su inspiración musical, a la que dedicó su creación más lograda e intensa, si alguna hubiera que se destaque del resto en una obra, como muy pocas, absolutamente homogénea y sencillamente genial: la guitarra, a la que supo transmitirle en sus arreglos, a través de las habilidades de sus compañeros guitarristas –como gustaba llamarlos- ese sonido particular e inconfundible, nacido de su genio y de su innato sentido de la métrica, el ritmo y la melodía: El “sonido Zitarrosa”. Autocrítico implacable y detallista hasta la obsesión, largas horas de ensayo precedían, no obstante, a la presentación ante el público de sus canciones.
Profundamente humano –y humanista- fue un hombre bueno y tierno, ingenuo y solidario, generoso y sensible, contradictorio en sus facetas oscuras. Tras una apariencia circunspecta y severa, fue un tozudo optimista, que le cantó al amor bajo todas sus formas: El amor de pareja, el amor a los desposeídos, a sus semejantes; el amor a la vida, en suma, a la que celebró y en la que siempre tuvo la certeza de que hacía falta, como ser humano que era. Fue capaz de cantar su amor por un pájaro o por una mariposa, y hasta por una planta, y supo, como expresara Juan Carlos Onetti, llegar al público y hacerlo sentir.
Casado con la maestra Nancy Marino Flo, fue padre de dos hijas: Carla Moriana y María Serena, a las que amó profundamente, y a las que dejó tempranamente sin su protección paternal. Su vida estuvo marcada por un profundo apego a su tierra, su paisito – como solía llamarlo, al igual que muchos orientales- y sufrió como nadie el exilio, en Argentina, España y México, al que fue condenado como tantos otros, por sostener una posición en defensa de la autodeterminación, la libertad y la unión de los pueblos, y expresarlo en su arte y en cada actitud vital durante toda su existencia, trascendiendo su accionar como “extraordinario hacedor de canciones”, como lo definiera Joan Manuel Serrat, y cobrando protagonismo en la historia política de su país. Fue defensor acérrimo de sus convicciones, que partían de la base de que toda persona, por el sólo hecho de nacer, tiene derecho a una existencia digna. Asumió un compromiso ineludible con su tiempo, su clase y su pertenencia social, a través de sus ideas, llevadas a la acción política como militante activo y sostenido en el tiempo, con una congruencia –palabra ésta usada por el querido Caíto Díaz- entre la proclama y los hechos, que sólo encuentra parangón en muy pocas figuras de raigambre popular, al punto de haber sido de los artistas perseguidos por la dictadura, el último en irse y el primero en regresar al Uruguay.
Era un intelectual, fue locutor, quería ser escritor, poeta, y terminó siendo “El Cantor”, por el mandato de su voz, extraordinaria, conmovedora e irrepetible; esa “voz de otro” como alguna vez la llamó Manuel J. Castilla, que no se correspondía con su cuerpo menudo, y que lograba –citando textualmente a Washington Benavides- que “toda canción cobrara, como tocada por una magia terrena, un algo, un no sé qué dorado y cordial, en el envión sombrío y generoso de su voz. Una fascinación que opera sobre nuestro corazón inevitablemente”. Cantó como todos quisiéramos cantar, y fue el creador de un estilo – y aquí recurrimos a Enrique Estrázulas- : “Cantar a la uruguaya”, de una manera definida e inconfundible, lo que lo transformó en el símbolo, no sólo de su país, sino de toda una región, la América Morena, como solía llamarla, y, como consecuencia de ello, ser una figura de trascendencia universal.
Recibido con una imponente manifestación popular a su regreso, en 1984; desaparecido prematuramente en enero de 1989, a los 52 años; transformado en referente insustituible para sus contemporáneos y las generaciones venideras de músicos y artistas populares; respetado por todas las corrientes de opinión; venerado por quienes lo acompañaron en su labor artística y por los que siguen su legado; constituido, sin lugar a dudas, en el más alto exponente de su patrimonio musical y cultural que los uruguayos pueden presentar a la consideración mundial; su canto, su ejemplo de vida, su actitud militante irrenunciable, perduran en el tiempo y proyectan una luz cada vez más intensa y abarcadora.
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