Treinta y siete años atrás, un 18 de mayo de 1975, moría en Buenos Aires Aníbal
Troilo, aquel que ostentó el título de "el bandoneón mayor de Buenos Aires".
Dejó
unas sesenta obras que lo unieron a poetas como Homero Manzi, Cátulo Castillo
y Enrique Cadícamo. Entre ellas, muchas de las que todos tararearon alguna
vez: María, Garúa, Barrio de tango, Sur, La última curda, Pa’ que bailen
los muchachos, entre tantos clásicos del cancionero. Dejó un estilo con
su nombre como director de orquesta y como bandoneonista. Y también dejó
su imagen entrecerrando los ojos cada vez que colocaba el paño de terciopelo
sobre las rodillas, tomaba el bandoneón, se inclinaba levemente hacia adelante
y daba inicio al ritual. La figura de aquel gordo bueno, el músico único,
el hombre de las mil anécdotas, aquel que quedó grabado con las dos alitas
atrás, tal como aparece retratado por Hermenegildo Sábat en la tapa de la
Suite Troileana con la que lo homenajeó Astor Piazzolla, agiganta hoy la
potencia de su obra.
"En el cabaret Marabú, Troilo nos decía: ‘Toquemos piano porque están hablando
muy fuerte’. Al hacerlo, la charla general comenzaba a aplacarse, hasta
que ya nadie hablaba. Recién entonces empezábamos a tocar a pleno", recordaba
José Votti, violinista de la orquesta de Troilo entre el ’55 y el ’60, entrevistado
para este diario por el periodista Julio Nudler. "Yo tocaba de pie, pegado
a su mano derecha. Nunca le escuché fallar una nota. Tenía un touche de
gran artista. Llegaba increíblemente a los ligados y a los pianísimos."
En aquella entrevista, el violinista también destacaba que el único arreglador
que tuvo el privilegio de que Troilo no le haya alterado una sola nota fue
Emilio Balcarce. Ocurrió cuando le llevó La Bordona, en 1958. "Emilio estaba
emocionado, porque la goma de borrar de Troilo era implacable con todos.
Incluso con Astor Piazzolla y Argentino Galván."
Troilo nació el 11 de julio de 1914 en el Abasto, y a los 10 años logró
que su madre le comprara ese instrumento que lo había fascinado sonando
en los bares del barrio. A los 11 años ya estaba tocando en un escenario
cercano al Mercado del Abasto. Poco después integró una orquesta de señoritas,
y a los 14 años ya quiso formar su quinteto. En diciembre de 1930 dio un
primer paso esencial: se integró al sexteto que conducían Osvaldo Pugliese
y Elvino Vardaro, donde tuvo de ladero a Ciriaco Ortiz, una de sus influencias
como bandoneonista.
En 1937 lanzó su orquesta en la boite Marabú, donde, además, conoció a Ida
Calachi, Zita, la mujer que al año siguiente se convertiría en su esposa.
Su agrupación fue una escuela al servicio de un sonido que fue evolucionando
y al que aportaron, por citar sólo algunos, los pianistas Orlando Goñi,
José Basso, Osvaldo Berlinghieri y José Colángelo y los bandoneonistas Astor
Piazzolla y Ernesto Baffa. Otra gran virtud fueron los cantores que la orquesta
supo conseguir: Roberto Goyeneche, Fiorentino, Alberto Marino, Floreal Ruiz,
Edmundo Rivero, Roberto Rufino, Angel Cárdenas, Elba Berón, Tito Reyes y
Nelly Vázquez, entre otros.
Fuente: Página/12
http://www.anibaltroilopichuco.blogspot.com/
jueves, 17 de mayo de 2012
Aníbal Troilo
a las 21:11
Etiquetas: Aníbal Troilo
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